Comentario
Seguramente, con ningún personaje de la historia existe la sensación de hallarse ante la figura de un protagonista, que base los éxitos en los méritos individuales, como en el caso de Alejandro. Ello lo convierte automáticamente en un problema historiográfico a través del cual es necesario averiguar las relaciones que pueden existir entre el individuo y la sociedad, planteamiento que intenta colocarse entre la concepción individualista de la historia y la explicación de los hechos y cambios por medio de factores múltiples que afectan a los diversos aspectos de la realidad y que se encuentran relacionados entre sí de manera compleja.
En efecto, el análisis global, en la larga duración, permite encuadrar a Alejandro en la transición hacia el mundo helenístico, en la que por lo menos es preciso tener en cuenta la existencia de varios bloques de realidades de orden diferente, mutuamente relacionadas. Por una parte, la Grecia del siglo IV ofrece un panorama múltiple de entidades en evolución dramática hacia la destrucción mutua, como consecuencia de los conflictos internos, que unas veces se manifiestan en la lucha social y otras en la búsqueda de soluciones externas. La polis como marco de la libertad y del ejercicio político de la colectividad del ciudadano propietario de tierras, ampliada en ocasiones en el sistema democrático en el colectivo de los thetes, sólo se reproduce a costa de otra ciudad, de ahí la importancia de que el ciudadano se identifique con el soldado, pero la otra ciudad, al llegar un momento determinado, reacciona con la guerra para impedir esa reproducción y conseguir la propia. La vuelta a los sistemas restrictivos de la ciudadanía sólo se consigue con la violencia de que es capaz el sistema autoritario macedónico, que ofrece al mismo tiempo la posibilidad teórica de la hegemonía helénica exterior.
En efecto, sólo la confluencia de una evolución que ha llevado a esa situación a las ciudades griegas con la que ha experimentado el pueblo macedónico, sometido a presiones que lo obligan a adoptar crecientemente una dinámica expansiva, explica el resultado consistente en la intervención de los griegos en esa nueva empresa, como súbditos y como inspiradores, como si la idea madre de la conquista persa fuera la herencia de las más patrióticas de las tradiciones helénicas. Ahora bien, junto a estos factores que pudieran llamarse protagonistas, otros dos al menos hacen comprensible el proceso expansivo y los resultados, el imperio persa y los pueblos marginales. El primero, como factor clave de la consolidación del sistema tributario en que se sustentan los imperios del Próximo Oriente asiático, ha alcanzado un grado de expansión donde se imponen nuevas transformaciones, hasta tal punto que, en cierto modo, puede decirse que la conquista de Alejandro significó, por un lado, la única posibilidad de conservación y reproducción del sistema y, por otro, el elemento clave para su disolución política, en la creación del nuevo escenario donde se crean nuevas formas de relación tributaria entre dominantes organizados en imperios y pueblos limítrofes. Éstos vienen a ser, en efecto, los protagonistas silentes y explotados de la nueva situación en el marco de la nueva disposición territorial.
El panorama resultante aparece como variado y heterogéneo, pero al mismo tiempo coherente como integración de formas económicas contradictorias, como absorción de formas políticas de diverso orden y como cuadro de asentamientos de todo tipo, en una unidad sólo posible a través del proceso de unificación y diversificación de que fue protagonista Alejandro. Por ello no puede resultar extraño que el proceso producido en el plano de las realidades colectivas haya facilitado la aparición de un mito que atribuye todos los méritos a las cualidades y a los vicios de un solo individuo.